Corren tiempos difíciles para los que tratamos de reflexionar sobre las cosas y los hechos sin utilizarlos para la conveniencia personal o ideológica. A estas alturas es lógico que muchos nos aburramos y tiremos por la calle de enmedio, es decir, lo que en gaditano se llama "no meterse en ná". Pero entonces, a ver quién pone los puntos sobre las íes.
El debate nacional se centra ahora en la prohibición de las corridas de toros en Cataluña. Surgen los pareceres, las antítesis en los planteamientos, los pros y los contras de decisiones de este tipo,... Y yo con las narices hinchadas de tanta utilización de las cosas por unos y por otros. Porque, a ver, es obvio que el espectáculo del toreo con toda su parafernalia arroja elementos artísticos que siempre hemos debido tener en cuenta, y ello ha influido en otras artes que han bebido de la estética, la música o el léxico taurino. Me gusta un pasodoble bien escrito, las filigranas, los trajes y hasta ese instrumento tan repugnante como es una banderilla, aunque me agradan más las picantes enlatadas terminadas en un trozo de pepinillo. Me gusta el lenguaje taurino, tan rico y concreto, las crónicas de los periódicos con su argot particular... Pero coño, tantos elementos de valor o de oropel en función de su valía no debe ocultarnos la vista del trasfondo del espectáculo, así que seamos claros y digamos que todo eso se centra en martirizar a un animal de la manera más salvaje que podamos imaginarnos, con saña además, que para eso se utilizan a lo largo de una faena y estratégicamente elementos casi mortales destinados a joder al toro y desangrarlo. Y aunque las bandas de pueblo toquen bien lo de 'Manolete' y las niñas estén muy atractivas de mantilla luciendo palmito, abajo, sobre el albero, un ser vivo se mueve a trompicones mientras la sangre le chorrea por sus manos y patas, vomita por la boca, se le clava un estoque que ríase usted de Vlad el empalador y la gente aplaude tan paradójico espectáculo.
Yo comprendo a los defensores de lo que llaman fiesta nacional, aunque deberían no utilizar más este término, porque ya no sabemos qué es nacional y qué no. Lo entiendo por tradición, por el arte anteriormente descrito, por ese rabioso y sentido surrealismo del ser humano que irrefrenablemente nos lleva a manifestaciones racionalmente infundadas pero que están ahí, véase también la Semana Santa o sentimientos interiores reflejados en fiestas o expresiones espirituales. Los comprendo menos cuando dicen que hay que mantener el toreo porque si no es así las plazas habrá que cerrarlas y los empresarios quebrarán. Pues mire usted, tienen un periodo para ir adaptándose a ofrecer otra cosa, porque si mantenemos ese ejemplo, entonces habrá que legalizar el tráfico de drogas, del que viven lo que no podemos imaginar de personal, o la prostitución tal y como está concebida. Son dos casos por decir algo, no se me escandalice nadie. Tampoco vale aquello de alertar demagógicamente sobre la necesidad de matar brutalmente al toro porque si no se practica esta actividad desaparece la especie. Lo de 'La maté porque era mía' o la creación de Frankenstein y hago con él lo que me sale de los huevos no vale en una sociedad moderna. De modo que a lo mejor hay que hacer algo intermedio, reinventar el toreo sin matar al animal salvajemente en unos tiempos ya teóricamente menos primitivos, no sé... Porque comprendo también a los antitaurinos.
La cosa es que resulta imposible analizar con frialdad el asunto porque, como todo en España, se utiliza torticeramente en beneficio de políticos o interesados. Dicho a las claras: una corrida (de toros) me parece una salvajada, así de tajante, pero me indigna que unos politiquillos de tres al cuarto de Cataluña utilicen este argumento para atacar al espectáculo porque 'huele a España'. Es como el Estatut. Todos son ganas de tocar los cojones. Que sí, que mire usted, que los toros son espectáculos brutales y Cataluña es una nación, para usted la peseta, me importa un rábano con bicho dentro como quieran ustedes llamarse. España es un país enfrentado a sí mismo porque lo coyuntural que se proyectó nada más llegada la democracia se ha hecho ley y no hay quien se atreva a tocarlo. Vivimos en una república federal con monarquía, en la que cada autonomía tiene paulatinamente más competencias desproporcionadas en el crecimiento de todo el territorio y la aceleración de cada una de ellas va a su puñetera bola, de manera que el debate sobre lo que somos continuará presente mientras no haya narices de definir con valentía qué puñetas es España política y administrativamente y desaparezcan los tocapelotas. Como los políticos catalanes que utilizan las corridas (de toros) para dar por saco a España. Y eso me jode. Igual que la derecha creando correos en internet anunciando la catástrofe de que España se rompe por cosas como las corridas (de toros) o Rajoy replicando con otro mal uso del asunto, porque hombre, don Mariano, comprendo que como conservador defienda la fiesta ¿nacional?, porque usted y algunos de los suyos son mucho de mujer al brazo con pinta de sumisa, camisas con iniciales, pisacarbatas y gemelos con escudos reales y flor de lis, puro, copa y otros elementos estéticos casposos, pero de ahí a decir que pedirán que el toreo sea declarado "fiesta de interés cultural"... Insisto en que le admito los elementos -siempre secundarios- que anteriormente describí, pero de ahí a llegar a decir que la muerte paulatina de un animal provocada exprofeso y de manera estratégica es "cultura", pues va un trecho, oiga. Pertenecer a un país que como fiesta de interés cultural nacional tiene el ensartar a un animal me sabe mal, para qué le voy a engañar. Como lo de la caza del zorro de los angloamiguetes y otras burradas repartidas por el mundo. Preferiría que usted se ocupara de declarar de interés cultural otras cosas realmente hermosas y sin la presencia de seres vivos destrozados de por medio. Si quiere le digo unas cuantas, aunque seguro que usted las sabe. Pero como se trata de usar a su conveniencia el tema... Justo lo que hacen los otros. Y así estamos, con la casa, el país, la nación o como quieran ustedes llamarlo, sin barrer.
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