Perdóneme, pero es usted carajote. El de la foto de arriba de este texto no. Ese es un listo como muchos otros de la cosa esta del balón. Lo de ser imbécil va por usted mismo. Sí, sí, el que está leyendo. Especialmente si reúne las características de miles, millones de cretinos que se atreverán a calificarme de demagogo por el mero hecho de poner los puntos sobre las íes.
Un periodista majadero que se cree gracioso humilla a un pobre hombre que pide limosna por las calles y varios descerebrados le lanzan a su platillo unas cuantas tarjetas de crédito. Un club de fútbol que se come el piquito con alguna que otra caja de ahorros pública se gasta 90 millones de euros en un futbolista, el mismo club que ahora se saca de la chistera 16 millones para traerse a su banquillo al gilipollas de la foto (ahora sí va por él). Los futbolistas de la selección española van a embolsarse 550.000 euros cada uno si ganan el Mundial, y para evitar el qué dirán, una parte irá destinada a obras sociales, dicen. El fútbol genera dinero, cierto, y con el balón no vamos a solucionar los problemas del mundo. Pero nadie denuncia cuánto deben los clubes a la Seguridad Social, es decir, a nuestros bolsillos, desde hace años. Los que deciden en este país optan por recortar la pensión de mis familiares más mayores antes de cerrar un estadio e impedir que corra el balón y 22 tipos de corto detrás de él hasta que de una puta vez paguen lo que deben a las arcas públicas. Mientras muchos no comen, otros tiran de las tarjetas de crédito para irse de putas aprovechando los viajes de los equipos de los que son consejeros o beben Moet Chandon fumándose un puro en el palco. Y usted, querido amigo, discute en el bar tomándose el café como un poseso con el colega de barra por quién va a ganar la liga. O no duerme esta noche porque su equipo esté a dos puntos del descenso. Y para que no piense más de lo habitual, le endosan -como en otros tiempos- partidos de fútbol en el televisor a diario. Y le importa tres puñetas la especulación inmobiliaria con dinero de ayudas públicas para construir tres campos de fútbol y dos vestuarios que pomposamente llaman 'ciudades deportivas'. Son sólo varios ejemplos. Podemos poner muchos. Y me gusta tela el fútbol, pero odio la obscenidad inmoral en lo que se ha convertido con la anuncia de casi toda la sociedad.
Lo dicho. Carajotes.
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