El Obispado de Cádiz ha hecho caso a las 'recomendaciones' de los organismos sanitarios competentes, y continuando con la cadena de decisiones, también ha decidido 'recomendar'. Y en muchos templos diocesanos ya están las pilas de agua bendita más vacías que la piscina común de la urbanización de Roche y su correspondiente cartel informando de la manera que se puede observar en la imagen que capté el sábado no precisamente en una iglesia multitudinaria, sino en la capilla del convento de clausura de las monjas Carmelitas Descalzas de San Fernando, con las que los cofrades de la hermandad de la Misericordia estuvimos charlando apaciblemente esa tarde durante un prolongado rato.
Es extraño entrar en un convento de unas monjas cuya relación con el exterior no existe. Ellas viven de los víveres que les llevan, si la cosa se pone apretada apenas emplean unos escasos euros en alimentos de primera necesidad. La crisis hace estragos en los bolsillos de las familias y las descalzas son conscientes; la leche, el aceite, las alubias y el arroz ya no llenan las despensas de las hermanas, bien porque muchos tienen que guardar en las suyas ante los crueles tiempos que vivimos o por el criterio de priorizar la ayuda hacia familias "antes que a unas monjas". Pero ellas siguen ahí, desde siglos atrás cuando sus antecesoras, en su recoleto y austero convento, y conversamos a través de una reja. Nosotros nos sentamos en unas escuetas sillas de tijera y observamos sus rostros de bondad, sus atentas miradas y respondemos a sus preguntas interesándose por nuestras vidas, sobre lo que sucede en el exterior,... Algo surrealista, sí, más de una hora separados por una celosía de hierro, nuestro mundo se confiesa en el corazón de un convento donde no existen las estridencias, sólo las oraciones musitadas dedicadas a muchas personas -más de las que creemos- y como bastión de la modernidad internet; eso sí, apenas para comprar esos alimentos que pueden faltar y que un chico del supermercado les lleve varias cajas con un par de kilos de lentejas y algunas latas de conserva,...
No os puedo explicar qué sentido tienen los conventos de clausura. Tampoco es el objetivo de mi reflexión de hoy. Quizá me sea imposible porque en frecuentes ocasiones, y a tenor de lo que veo, se me hace cuesta arriba creer en Dios, creer en el ser humano,... ¿Seré un hombre de poca fe? Pero las monjas recuerdan tu nombre de la última vez que estuvistes allí, te dicen "José Carlos, ¿tienes trabajito?" y yo les digo que tiro como puedo mientras ellas siguen mis palabras con interés; y les cuento que me pongo a maquetar y diseñar hasta las tres de la madrugada, y en ese instante que les hago esa confesión les puede el respingo del simpático escándalo que les supone saber que a esas inusuales horas estás frente al ordenador. Sonríen y les comento que al menos no me levanto temprano, y vuelven a emanar una extraña y deliciosa fuerza de sus gestos, apenas perceptibles, lo justo para encontrarte con una paz inexistente fuera de aquellos muros ubicados en plena calle Real, donde en el exterior todo es ruido de obras por el futuro tranvía metropolitano, polvo depositado en los zapatos y carreras con teléfono en mano.
Son de clausura, pero espero que no se me enfaden por publicar la foto de Álvaro Baturone Salado, nieto de mi amigo Diego Salado, uno de los hombres más admirables y con más corazón que he conocido. Ellas me siguen haciendo novillos en su ordenador, y seguro que en ocasiones les entran ganas de reñirme por lo que escribo y divago. Pero nunca lo hacen cuando voy a verlas. Ni a mí ni a mis hermanos de la Misericordia.
¿De dónde, de quién sale la fuerza que te da un grupo de mujeres sencillas bajo un hábito marrón que miman la tumba de la futura santa cuyos restos custodian en su modesto patio, donde una lápida sin más aderezo ni ínfula alguna reza para siempre la leyenda 'Hermana María Cristina de Jesús Sacramentado'?
¡Adelante! Dios se encargará de ti por el solo hecho de que tienes una relación cordial con esa comunidad. No me cabe duda que sus oraciones por ti no faltarán.
ResponderEliminarSoy una carmelita de clausura de Puerto Rico. Por estar delicada de salud, el único oficio que me han dejado es hacer investigación sobre la historia de nuestro convento.
No pude resistir escribir esta notita, porque he buscado y visto literalmente miles de artículos sobre monjas, y en muchos si no nos difaman, lo único que les interesa es nuestro patrimonio.
Gracias de corazón por su emotivísimo comentario y un fraternal saludo en la fe desde España.
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