Desconozco cuántas composiciones cinematográficas de Ennio Morricone, John Williams y John Barry habrán escuchado en su vida José Lladó, Mercedes Álvarez, Beatriz Pécker o José Luis Garci. Son todos miembros del jurado del Premio Príncipe de Asturias 2009 de las Artes. Lladó, licenciado en Ciencias Químicas y consejero de varias empresas, ha sido el presidente. Beatriz Pécker presentó durante años Eurovisión y José Luis Garci es un cineasta con pedigrí pero pésimo gusto a la hora de musicalizar sus películas como es fácilmente comprobable. Todos son, sin paliativos, ilustres cerebros en sus respectivos ámbitos. Pero me queda la duda de saber si, antes de conceder el galardón al arquitecto Norman Foster, han escuchado las bandas sonoras de Llanto por la tierra Amada de Barry, Marco Polo de Morricone o los quince minutos del último corte del CD de ET adaptados con perfección a las imágenes de la película de Steven Spielberg. Es probable que tengan perdidos por los rincones los vinilos de Memorias de África o Superman, quizá alguno haya desempolvado Sacco y Vanzetti para ponerla de fondo. No niego esta posibilidad...
Integrar en una misma candidatura a los tres compositores citados ya es un insulto a cada uno de ellos, a sus obras y a la música de cine. Los nombres de Williams, Barry o Morricone se valen por sí solos para haber estado entre los veintiséis nominados al Príncipe de Asturias. Sus más de dos centenares de composiciones, en el caso del autor italiano, reconocido mundialmente y millones de veces usadas para otros menesteres ajenos a las películas para las que se realizaron, son avales suficientes como para otorgarle el premio a Morricone. La trayectoria de John Williams, nominado al Oscar en más de cuarenta y cinco ocasiones (!) y autor también de otras obras ajenas al cine, es más que brillante. Sin él no hubieran existido las notas de Superman, Star Wars o Indiana Jones, pero tampoco las intimistas de Monseñor, la compleja y ejemplar partitura de Encuentros en la Tercera Fase o los himnos de los Juegos Olímpicos de Seul y Los Ángeles. De John Barry, basta con escuchar Bailando con Lobos, El león en invierno, El hombre que vino del mar,...
Recuerdo que los señores del Príncipe de Asturias le concedieron a Woody Allen en 2002 el premio de las Artes. Que yo sepa, a Allen no lo presentaron en un terna de directores. Le bastó ser él y su carrera para llevarse el galardón al bolsillo en el caso del buen pellizco de dinero con el que está dotado. Allen nunca ha sido Orson Welles ni Billy Wilder, para qué vamos a engañarnos. Las agudas frases del neoyorkino las escribían iguales o mejores I. A. L. Diamond y Wilder. No entiendo qué puñetas tiene Delitos y faltas que no tenga la banda sonora de La Misión. O Misterioso asesinato en Manhattan que no pueda poseer el score de Rosewood de Williams. Y la música de Nacida Libre es, obviamente, de mucho más valor artístico que Vicky Cristina Barcelona. Seguramente me preguntarán cómo son comparables una película y una música. Pues ese interrogante trasládenselo primero al jurado del Príncipe de Asturias, para que nos expliquen qué sabe un químico de música de cine o un actor de arquitectura. Por ejemplo.
De todas maneras, y con el debido respeto (que no lo han tenido hacia los tres compositores) a la fundación que concede los premios Príncipe de Asturias, los nombres de Morricone, Williams y Barry están por encima de ellos, le pese a quien le pese. Es más que probable además que sólo Morricone hubiera venido si se le hubiera concedido. Sus dos colegas apenas aparecen en nada, ni siquiera en los Oscar por mucho que los nominen. Están en un mundo innacesible, del que salen para dirigir apenas un par de conciertos al año cuyas entradas se venden con meses de antelación. Son grandes a pesar de que muchos aún tienen los oídos y el conocimiento atrofiado.
En la foto, Ennio Morricone y yo a finales de los noventa, tras una entrevista que le hice para mi programa Último Estreno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario