Hoy es Viernes de Dolores. La liturgia relegó esta jornada en favor de la de septiembre para evitar duplicidad en la conmemoración. Pero los cofrades la mantienen como si fuera un derecho consuetudinario. Y como recordar los dolores de María una vez al año nos parece poco, y como su puñal atravesándole el corazón es doble en nuestro calendario, por dos veces aliviamos su dolor con flores, cera e incienso. De manera que la jornada de este tres de abril se convierten en las veinticuatro horas más marianas de cada año tras el 8 de diciembre.
Recuerdo que mi padre me inculcó la costumbre de visitar Sevilla cada Viernes de Dolores. Con apenas ocho años aguardaba impaciente este día para subirme al coche y emprender carretera hasta una ciudad que te recibe con una rabiosa mescolanza de fragancias y sentidos. La luz es más luz hoy en Sevilla, el trasiego de los templos es distinto incluso al de los próximos días y algunos aprendices de cofrades son más impacientes que aquel niño que fui. Por eso ya hay procesiones de pequeños por los barrios, y sus mayores preparan los pasos de varias hermandades que adelantan a mañana la presencia de la cruz de guía en las calles hispalenses.
Yo compraba velas y una bolsita de incienso con mi dinero ahorrado frente a la iglesia de El Salvador. La cera para dos pequeñas imágenes con las que recorría el barrio isleño de la Pastora nada menos que tres tardes de la Semana Santa junto con la chiquillería de aquellas calles y mis amigos de infancia. De infancia y de ahora en muchos casos, porque las hermandades sirven para muchas cosas y entre ellas para construir nexos fraternales indelebles. Con el incienso trataba de hacer parecer aún más aquellos infantiles cortejos a las procesiones que horas después veía en la calle, cuando los dos pasos los recogíamos hasta el patio de casa de mi abuela y nos apresurábamos para ir a la ducha y no perdernos ni un penitente, ni una insignia, ni un cargador, ni una marcha,...
Fueron muchos años de Viernes de Dolores en Sevilla. Después lo prolongué hasta el fin de semana y aquel ritual lo continué con amigos, novias, chicas inconfesables a las que les explicaba en cada templo cómo se borda un palio, el repujado de un varal y, sentados en un banco de San Lorenzo, cómo el Gran Poder quiso refugiarse una noche en la casapuerta de un despechado. Y ellas escuchaban y dirigían sus ojos ante aquellas desconocidas imágenes, absorbidas por lo recién descubierto.
El trabajo impidió que continuara la tradición del Viernes de Dolores y la trasladé a otros días de la Semana Mayor. En ocasiones voy el primer fin de semana, otras el Sábado Santo y Domingo de Resurrección, siempre el Martes Santo para ver mi hermandad de San Benito,... y la ineludible visita a San Gil. Allí espera Ella, con una insultante y paradójica soberbia, como una mujer que no entiende de la humildad y el sufrimiento que promulgó Su Divino Hijo... Ella está imponente, nada más entrar te apabulla, te invita a sentarte para musitar una oración entre miles y miles atendidas durante estos días. Siempre la Esperanza Macarena...
Mañana marcho para Sevilla y regreso el Domingo por la noche para vivir también intensamente la Semana Santa de San Fernando. Comienza el remolino de sentimientos, la locura de la fe y el corazón. "Tos por iguá, valiente. A esta é".
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