Si continúan pensando que el cine de animación es un espectáculo lúdico exclusivamente para niños, salgan de su craso error con la mejor película del género de los últimos años. Y, obviamente, no cometan el fallo de considerar que estamos ante un producto infantil. Si lo hacen, sufrirán a sus pequeños desconectados de la película a los pocos minutos de comenzar su metraje. Demasiada inteligencia, demasiados mensajes y guiños a obras maestras cinematográficas como para considerar a Wall-E como un Piecito robotizado de En busca del valle encantado o incluso el vacío Buzz Light Year que la propia Pixar llevó al cine para convertir su Toy Story en un icono de la animación contemporánea, aunque a distancia en ingenio y madurez de esta pequeña obra maestra que no necesita apenas diálogos ni zafiedades con las que nos suelen hacer sufrir en las películas animadas para el público menudo.
Cuánto cine en Wall-E, en su concepción y en cada uno de sus fotogramas convertidos en guiños a los grandes clásicos. El enternecedor robot bien pudiera haberlo ideado Carlo Rambaldi tras ET, al encontrarnos un claro homenaje de diseño hacia el extraterrestre más famoso del mundo. ¿Acaso el timón de mando que decide rebelarse no es una versión desmitificada del HAL 9000 de 2001, una odisea del espacio? La película de Stanley Kubrick está presente en Wall-E no sólo visualmente (plácidos paseos espaciales con los sones del Danubio azul, escotillas abiertas para arrojar a los protagonistas a la usanza de la acción cometida en su día por el ojo rojo del Discovery,...). Resultan gratamente sorprendentes las reminiscencias conceptuales a la obra espacial capital del director de Senderos de gloria y Espartaco en la búsqueda orgánica de vida por parte de la amadísima Eva que volverá desquiciado a Wall-E, la lucha por regresar a la tierra, devastada por la acción humana, el universo de robots -en esta ocasión en clara referencia al mundo de Star Wars- y el mensaje final de un filme en el que, de una manera tan inteligente, se han sazonado tantos mensajes solemnes con el liviano papel de terceros como la cucaracha colega del robot o el limpiador que persigue al sucio y maravilloso protagonista, tan ingenuo como un pequeño felino escondido tras algún objeto aguardando los movimientos del nuevo ser que viene a perturbar la cotidianeidad diaria, la de limpiar los restos del mal, causados por los seres humanos.
Si a ello unimos el homenaje de Pixar y concretamente de Andrew Stanton como director y guionista al musical hollywoodiense plasmado cada noche en el televisor de la ‘casa contenedor’ de Wall-E, enganchado a la vitalidad del Put On Your Sunday Clothes de Hello Dolly!, entonces estamos ante una maravillosa película, un producto inteligente que seguramente no será entendido por el público que busca lo fácil en la animación, con un robot que yo convertiría en mi mascota hasta la oxidación de sus circuitos a su vejez y en una de las escasas películas del año que suponen un estímulo para confiar aún en el Séptimo Arte.
Tengo claras varias nominaciones a los Oscar, entre ellas a la banda sonora original. La carencia de diálogos es suplida, en una complicadísima función, por el extraordinario score compuesto por Thomas Newman, ya nominado a la estatuilla en varias ocasiones, precisamente una trabajando para la Disney en Buscando a Nemo.
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