viernes, 29 de agosto de 2008
El día que nació y murió una estrella
"Para ser dichosa basta con tener buena salud y mala memoria”. La frase es de Ingrid Bergman, aquella actriz que andaba desquiciada por los platós de rodaje de Casablanca preguntando por los rincones dónde estaba Michael Curtiz mientras el director se escondía de ella. Ya hacía semanas que debería haberse concretado el guión en su desenlace, pero habiendo rodado ya buena parte del filme, aquello era todo un ejemplo de anarquía guionística. Nadie sabía si Elsa se quedaría con su marido o caería en los brazos del aventurero y enigmático Bogart. Ni siquiera Curtiz tenía claro qué hacer con la resolución de aquella historia que comenzaba a darle dolores de cabeza y a Bergman noches enteras sin dormir. Por eso su mirada dubitativa, su expresión al contemplar a Bogart, no era sólo mérito de la gran actriz sueca. Lo más significativo es que ni siquiera sabía cómo iba a terminar la película. Por eso no hay otro rostro de indecisión en el cine más acusado que el de ella.
El recordatorio de la extraordinaria actriz viene a colación estos días por el paradójico recordatorio de su nacimiento... y su muerte. Bergman nació el 29 de agosto de 1929 en Estocolmo, y se da la circunstancia de que falleció también el 29 de agosto, en esta ocasión en 1982. Vivió por tanto 67 años, a una edad a la que aún podría haber dado memorables papeles en el celuloide o en la televisión, para la que también actuó, si no llega a ser por el cáncer que acabó con su vida.La tildan de sensual. No estoy de acuerdo. No poseía las facciones necesarias para serlo ni tampoco era un rostro de líneas marcadas y abruptos gestos como los de Katharine Hepburn. Ingrid era bella, de ojos de entristecida esperanza, de contrastes entre su dulce mirada y su barbilla casi masculina. Era la actriz a la que parecían colocarle un velo en el objetivo de la cámara cuando la fotografiaban para rodar, levitando ante la cámara enRecuerda de Hitchcock o en Luz de gas, aquella película norteamericana que protagonizó prácticamente después de Casablanca, soportando en su papel fenómenos inexplicables. Se subió al carro de un filme deshonesto, un remake de la inglesa Gaslight que dirigió Thorold Dickinson años atrás, más extraordinaria aún si cabe que la versión norteamericana de George Cukor, y que la Metro decidió eliminar el negativo y todas las copias existentes en el mundo de su antecesora para no hacerle sombra a su producto ni a la mismísima Bergman. Afortunadamente, alguna que otra copia de la Gaslight británica quedó preservada de las bárbaras manos de los productores. En cualquier tiempo, como ve, cuecen habas...
Se aburrió de la sociedad puritana norteamericana y su carrera en este país, aunque exitosa, comenzó a ser un lastre para ella, que escribió una carta al cineasta italiano Roberto Rossellini mostrándole sus deseos de trabajar con él. No sólo lo hizo en Stromboli, sino que se unió sentimentalmente al director de Roma ciudad abierta, cuando la actriz estaba casada con un dentista sueco y él también mantenía una teórica relación estable. La expusieron como ejemplo de mujer “de amores libres” en Estados Unidos, algo que a ella ni la inmutó. De hecho, fue madre de dos mellizas, una de ellas Isabella Rossellini, conocida modelo y actriz que hereda de su madre numerosas cualidades.
Transcurre el tiempo e Ingrid Bergman permanece en el recuerdo. Sus fotografías seleccionadas para el texto de hoy son especialmente demostrativas. La primera, en su plenitud, de las descripciones que anteriormente les anotaba. La segunda, al pie de la página, cuando la actriz contaba con 14 años. Utilicen una mano para, por un instante, suprimirle su boca y parte de la nariz. Y mírenla a los ojos...
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