El viernes finalizaba una etapa de mi vida. Tal y como están las cosas, empeoradas verbi gratia a los propios interesados que poco están colaborando en preservar esta expresión plástica de fe, a muchos les resultará poco interesante que decida abandonar temporalmente mi actividad en primera fila como cofrade de la hermandad sacramental de la Misericordia de San Fernando. Supongo que les resultará más sustancioso –si es que algo les agrada de mi blog- conocer mis elucubraciones sobre qué sucederá con Rajoy, el futuro de Obama, mis enfrentamientos con internet o las lacerantes críticas al nefasto cine que se rueda hoy día. Pero ya lo decía Ortega y Gasset, cada uno somos nosotros y nuestras circunstancias, y la cofradía de la Misericordia me viene acompañando a lo largo de mi existencia desde que nací, hace ya casi cuarenta años.
No reniego ahora de ella ni del mundo de las hermandades. Si lo hiciera sería un ingrato y además me engañaría. Pocas cosas llevas en la maleta de la vida, en la que en cuatro décadas portas consigo como bajage y equipaje, que realmente te hayan acompañado durante todo este tiempo. Mi hermandad ha sido una de ellas. ¿Cómo rechazar esa satisfacción? También debo matizar que esta despedida no significa un abandono total del mundo cofrade ni un cambio de camino para acometer otros derroteros, aunque ganas no han faltado en ocasiones ante la vertiginosa y alarmante denegeración que están sufriendo estas instituciones en particular y la iglesia en general.
Pero sobre cualquier creencia escrita y dictaminada por la teoría, y por encima de la carencia de personas preparadas para encauzar un mundo que se pierde entre ufanos de gloria, niños y descerebrados de chateo escondidos tras cobardes seudónimos, sacerdotes insolidarios o sepulcros blanqueados, prima el cariño florecido con la dilatada experiencia de los años, lo vivido en la hermandad y la herencia familiar de un admirable cofrade como es mi padre. Así que me retiro de la primera fila, de los diecisiete elegidos para regir los destinos durante cuatro años, cedo el testigo a otros, algunos y algunas de ellas jóvenes con ansias, de espíritu limpio e ímpetu idéntico al que yo tuve con 23 años, y llega el momento de que sean ellos los que dirijan una institución en San Fernando como es la Misericordia, una gran cofradía con 51 años de historia que logró reunir, en el cabildo celebrado este pasado viernes, a 372 hermanos para elegir entre las dos candidaturas presentadas.
Ahora toca descansar de estos años, de estas pasadas semanas, y aguardar tiempos mejores para la Semana Santa y las hermandades en general, esperar el momento en el que se ponga freno a tanta proliferación de procesiones sin sentido a lo largo del año, de tanta escasa preparación, de directores espirituales como directos responsables de los desmanes que estamos viviendo, que parece tendrán su culminación en 2010, con una procesión magna que hará que contemplemos a nuestros titulares por las calles como modelitos de la pasarela Cibeles, uno tras otro, para ser comparados, criticados, como una fiesta auspiciada además por parte de la clase política de San Fernando, que recurre a la Semana Santa y a sus hermandades para utilizarla como moneda de cambio de votos. Y nosotros, cayendo en la trampa. O participando del escarnio conscientemente. Ya veremos qué sucede cuando la gente se canse de ver santos por la calle a todas horas, especialmente en una sociedad abocada a sufrir una crisis de proporciones gravísimas de aquí a dos años, en la que se pierde empleo constantemente, se desangra de valores, no se llega a fin de mes, no hay recursos para pagar la gasolina del coche, para pagarle a los hijos sus estudios,...
Sea como fuere, prefiero quedarme con lo bueno, que en las últimas horas han sido varias cosas: la voz soberana de los hermanos de la Misericordia y la noche del viernes, tras el cabildo, rodeado de buenos amigos, los que ven en la foto, que no son cualquier cosa. Ahí, copa en mano, compartiendo momentos inolvidables, experiencias y opiniones, están tres hermanos mayores de la Misericordia en décadas pasadas, antiguos dirigentes, próximos miembros de Junta de Gobierno,... escucharnos nuestras historias hasta la madrugada no tiene precio. Ahí aprendes y aún más te reafirmas en que deberán volver los tiempos en los que sucedían las cosas que hoy deseo plasmar aquí como ideas inconexas, como varios ejemplos de las decenas de anécdotas que hacen que merezca la pena vivir 40 años en el seno de una hermandad.
Una parte de ellos llevan más que yo, toda una vida en su cofradía, a sus sesenta y pico de años,... Ahí están. Algunos descerebrados los quieren relegar. Cuánta ignorancia y carencia al no saber valorar el patrimonio humano, mucho más relevante que el material. Otros quieren aprender en círculos menos enjundiosos y proclaman el derecho de estar a la altura de los que ven en la imagen menospreciando la esencia del momento, del lugar, del grupo donde se encuentra la piedra filosofal de esta hermandad para saber dirigirla...
Antes de plasmar el cúmulo de anécdotas que muchos apenas entenderán, es mi deseo elevar un consejo a los nuevos dirigentes de la Misericordia. Lo primero que debéis hacer es gobernar. Decidir. Para eso estáis. Ahora tenéis plena legitimidad para ello. Podéis errar en algunas decisiones, acertar en otras, pero debéis decidir. Gobernar es lo más difícil, lo más complicado en esta vida. Por eso los que no valen abandonan cuando sienten el vértigo del lugar que ostentáis. O hay que relegarlos por su manifiesta incompetencia. Que no os tiemble el pulso. Con decisión, pero con templanza. Sin dudar, pero con serenidad. Con conocimiento, pero siempre rodeados de quienes conocen más que vosotros. Como hermano os lo demando y así os lo exigiré desde mi 'exilio voluntario' para descansar y quizás regresar con más fuerza. Eso lo determinará el tiempo.
"Al padre Arenas no le gustaba ir a Cádiz con su coche. Se detenía en los STOP porque siempre veía llegar uno por los espejos colocados en las esquinas de las calles. Allí se quedaba durante minutos y minutos, aguardando a que el vehículo que observaba cada vez más cerca circulara por delante suya. El problema era que el coche que veía en los espejos era el suyo...".
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"Aquellos jóvenes habían logrado reservar la piscina municipal para celebrar un baile. Era el verano de 1967 y las ilusiones pasaban por conseguir algo de dinero para la hermandad. Prepararon las bebidas, en número suficiente de reservas como para abastecer al público que se esperaba, que era numeroso en este tipo de eventos. Por aquellas fechas, los bailes de verano eran encuentros casi obligados para divertirse en una sociedad en la que apenas existían otras opciones de evasión. Decoraron lo que permitía la modesta economía y abrieron las puertas a la hora prevista. Tras una larga espera, sin que un alma atravesara el dintel de entrada al recinto de la piscina municipal, apareció por la puerta un marinero, que para colmo se pidió una mirinda. Se sentó y se puso a mirar alrededor, seguramente esperando lo mismo que aquellos jóvenes que aguardaban un éxito en un baile que jamás llegó. Pasaron las horas y sólo había entrado el marinero. Se le devolvió el precio de la entrada, que era de 25 pesetas,... y el de la mirinda".
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"Pedro Pérez se había comprado un coche. Era un Seat 600 celeste, hacía pocos días que lo había estrenado. Pedro llevaba a Tito, Diego y Pepe Ponce para una gestión de la hermandad en Cádiz. En la esquina de Manuel Rancés creyó que le daba tiempo a girar para incorporarse a Plaza Mina. Y mira que Pepe se lo dijo, que por allí viene un coche, que se ve en el espejo... El seíta se quedó con un bollo monumental".
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"Volvían de Sevilla en una furgoneta que se había agenciado Jesús Noriega. Bajo una maraña de mantas y telas, colocado horizontalmente para que no sufriera daños, metieron la imagen del Señor tras la restauración de Castillo Lastrucci y emprendieron camino para San Fernando. Por aquella carretera medio infernal, aún lejos de la autopista de peaje que hoy conocemos, comenzó el viaje hacia la iglesia de la Pastora desde el taller del escultor sevillano. En aquellas horas, la Guardia Civil había recibido el aviso de que un peligroso preso se había escapado de una cárcel sevillana y que su búsqueda era prioritaria. La Benemérita desplegó sus agentes por distintos puntos del extrarradio de Sevilla y, lógicamente, por las carreteras que el recluso podía estar utilizando para escapar. En una de las curvas, dos agentes ordenador detenerse a la furgoneta. Cuando les obligaron a abrir la parte trasera, descubieron lo que parecía ser el cuerpo de un hombre oculto y envuelto en mantas. Encañonaron a Noriega y al resto de la expedición, les hicieron ponerse de cara al vehículo, y cuando los guardias civiles creyeron que ya habían descubierto dónde estaba el preso gracias a sus compinches...Apareció debajo de las mantas, la imagen de Jesús de la Misericordia. "Pero esto...¿Qúe coño es?" "Pues ya ve, agente... es que somos cofrades de San Fernando y venimos de ver a Castillo Lastrucci por..." "Lárguense de una puta vez".
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