Anoche era una buena ocasión para disfrutar del televisor. Gruñiendo ante lo que se ve también se disfruta porque se extraen conclusiones con el objetivo de aprender cada día un poco más.
Los alemanes ganaron su partido ante los turcos imitando a Italia, es decir, si hacer apenas nada. Por cierto, ¿alguien ha visto alguna vez, o al menos desde hace treinta años, un encuentro futbolístico con cuatro jugadores barbudos? Hasta en el equipo teutón conté uno. Ya creíamos que a los del balón sobre el césped no les salía pelo en la cara, como tampoco hemos visto jamás un soldado romano en una película con rostro tupido. Los habría, digo yo...
Lo más interesante llegó tras la semifinal de la Eurocopa. Dos películas españolas, dos, como anuncio taurino: Ninette y Lucía y el sexo.
Lo del calificativo de interesante utilizado al principio es en clara referencia a Elsa Pataky y Paz Vega, porque como ejercicios cinematográficos más vale no hablar demasiado. José Luis Garci tiene un gusto por el costumbrismo que no es nada nuevo, y como cineasta me parece único en España desde el punto de vista estilístico y como director coral. ¿O acaso es algo que sólo posee Pedro Almodóvar? Pero no entiendo cómo el director de extraordinarias cintas pudo hacer un filme de nefastas interpretaciones y cuyo magnífico físico de la Pataky es apenas lo único salvable.
A mí Asignatura pendiente me parece lo mejor de Garci, con esa honestidad en cada uno de los ámbitos de la película, desde un rodaje donde el espectador tiene todo lo que contempla tan mascado como la misma vida y sin pirueteos extraños, hasta un guión que es tan real como un templo. Y vaya final... Volver a empezar era menos sustancial pero más proclive a los halagos, y ello se vio en forma de premio en lo más alto de la meca del celuloide. Y de otros productos suyos como Las verdes praderas o El abuelo me quedo con momentos de gran brillantez.
Por ello no me explico este ejercicio de adaptación novelística con alguna ínfula acertada -el padre de Ninette tocando la gaita, el amigo encarnado por un gran Enrique Villén-, pero que no deja de ir cayendo conforme avanza el metraje hasta el tedio y una resolución deficientemente adaptada del texto literario. Eso sí -y no me acusen de machista que no van por ahí los tiros-, lo de Elsa Pataky es absolutamente glorioso desde el punto de vista estético.
Lo otro de la noche también lo es, aunque para disfrutar de Paz Vega, tanto actoral como físicamente, les recomiendo mejor Carmen, de Vicente Aranda. Lo de Lucía y el sexo hubiera quedado bien como un cortometraje, porque lo que hace Julio Medem no deja de ser un corto ampliado, con estilo de rodaje propio de éstos, que se pierde en los minutos en los que una historia exagerada va recorriendo unos vericuetos demasiado artificiales. Y cada vez me confirmo más en manifestar mi sorpresa ante los que consideran al compositor Alberto Iglesias como un maestro, por mucho que haya estado nominado a dos Oscar. Vaya partitura. Tan mala como el resto de lo que ha escrito. Y me las he tragado casi todas en las películas y en CD, que conste. Tanto es así que sufrí a Iglesias en los Encuentros de Música de Cine de Sevilla, en un concierto, y dentro de varias semanas tengo entrevista con él y unas conferencias en el marco del Congreso Internacional de Música de Cine de Úbeda. De esta cita ya les contaré en próximos días algo más de lo que les ha adelantado estos últimos meses. Ya espero con ansiedad esos conciertos y charlas con John Scott, Patrick Doyle, Fernando Velázquez o Joel McNeely. De este último estoy repasando ahora Shadows of Empire, la banda sonora que compuso para un libro que se basaba en La guerra de las galaxias. Hay que tener bemoles para escribir una partitura para un libro.
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