Conozco a Bibiana Aído. Es de ese tipo de mujeres con los que cuentan partidos políticos como el PSOE que da gusto comprobar su empeño en hacer valer los valores que, durante años, muchos retros se dedicaron a enterrar.
La diferencia entre una política teóricamente progresista y defensora de la igualdad y una feminista recalcitrante es que la primera conoce cierto refrán chino y la otra no, concretamente aquél que dice que todo el mundo es tonto durante cinco minutos al día y que el secreto radica en no pasarse de ese tiempo. Obviamente, sustituyamos el insulto por cualquier otra labor capaz de realizar el ser humano.
De manera que llega el momento en que la feminista ve las mismas conspiraciones que en su día creían sufrir los fascistas, ella urdida por todo hombre que la rodee, y aquellos por los rojos judeomasones. En definitiva, son tan grotescos unos como otros, porque entre los muchos motivos despreciables que ostenta la radicalidad se encuentra lo ridículo de sus formas y lo estentóreo de sus ademanes.
Está claro que una ministra no puede ser estentórea ni grotesca, porque entre otras cosas va a venir a darles la razón a los que dijeron que para qué puñetas fue nombrada. Pero a Bibiana le pierde situarse en Madrid y continuar con la misma forma de hacer política que en su provincia, en su ciudad, en su barrio o entre sus vecinos. No es lo mismo tener un puntito de radicalidad feminista en una conversación en un bareto de la calle Muñoz Arenillas de Cádiz, o incluso en un evento de difusión provincial cultural en el que se puede lanzar algún exabrupto reivindicativo como algo pintoresco. Una presentación de un acto en un centro cultural o social de un pueblo de mediana población en la provincia gaditana en el que de la boca de Aído como estrella invitada salga el palabro “miembras” resulta todo un ejemplo de simpatía que no va más allá de una gracia anecdótica bien entendida o una reivindicación casera. Pero emplear esta forma de hacer política como ministra en Madrid termina siendo escandalosa por razones obvias. Y a la buena de Bibiana aún nadie le ha explicado esa diferencia, seguramente porque los propios ideólogos de la cúpula de ZP darán por sentado que la gaditana ya traerá esa lección aprendida. Si a ese cambio de chip que aún tiene pendiente Aído le unimos un recalcitrante feminismo…
La metodología radical es propia para los que no tienen el poder, y Bibiana debe saber que ahora ya lo tiene en sus manos, no hay razón para seguir un discurso radical de defensa de la mujer cuando puede actuar con políticas a base de iniciativas que ella misma rubrica con su firma desde el despacho. “Eso es poder”, que decía Oscar Schindler en la extraordinaria película de Steven Spielberg…
Yo le recomiendo que ejerza de lo que ya es y deje los modos localistas reivindicativos. Todo ello desde el punto de vista político, porque si entramos en el lingüístico con el famoso femenino de "miembros", entonces le ponemos la guinda a un pastel mal horneado desde el principio.
La propuesta de Aído se fundamenta en la creencia de que las palabras que acaban en –a han de ser femeninas y las acabadas en –o, masculinas. Pero es que la ministra confunde sexo con género. Las cosas en la vida, en la realidad, tienen sexo o no. En particular, la mayor parte de los seres vivos perceptibles pertenecen a especies con sexo, como la nuestra. De ahí que haya sexo mujer o hembra o sexo varón o macho, con independencia de las tendencias sexuales y demás. Pero es obvio que las cosas no tienen sexo, porque como acertadamente dice el lingüista Igor Iglesias, ¿dónde tienen la picha un martillo, un coche o un puente? No haría falta decir que tampoco tienen sexo mesa, moto o farola. Sin embargo, en la lengua estas palabras que carecen de sexo en la realidad, son sustantivos masculinos y femeninos, respectivamente. Por tanto, sexo y género no es la misma cosa, por mucho que coincidan en la mayor parte de los casos donde el referente sí posee sexo.
Puestos a exigir el desdoblamiento genérico, podemos proponer que a la caballa macho a partir de ahora se le llame el caballo. Pero esa –a, con la que acaba "caballa", no es una –a femenina solamente, sino que además es masculina.
También será interesante conocer qué hacemos con la palabra víctima, puesto que de seguir las consideraciones exacerbadas de los que quieren cambiar el lenguaje confundiendo género y sexo, yo sería “víctimo” de un ataque de tos, o en otro caso más llamativo, “periodisto”.
¿Y qué hacemos con la RAE en el caso de juez y jueza? El diccionario define “jueza” como “mujer que desempeña el cargo de juez”. ¿Habría que pedir que se eliminara esa catalogación probablemente machista y tenerlo como prioridad, antes que inventarse “miembra”?
No tienes que proponer nada, el macho de la caballa ya tiene nombre desde siempre y es "caballón".
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