Un conocido, militante del Partido Popular, me comentaba ayer que tanto a su formación política como a España le hace un flaco favor continuar hurgando en las raíces del gravísimo problema que envuelve a los populares, por lo que es necesario llegar al Congreso de junio para hacer borrón y cuenta nueva. Como a todo buen partidario del centro derecha, como aquellos que en las noches electorales mal utilizan la bandera de España frente a la sede de Génova como si sólo ellos tuvieran derecho sobre la enseña que nos representa a todos, establece un equivocado paralelismo entre el estado de su partido y el país. Resulta obvio que es malo para España la (in)existencia de una oposición que sólo está siendo protagonista de guerras intestinas desde marzo, sin que apenas se conozca por sus actos qué tipo de oposición quieren o saben hacer, dejando el camino expedito para que el PSOE minimice la crisis económica y apenas se quite las motas de polvo de una impoluta chaqueta de vencedor colocada aquella noche marceña sin que los populares ni siquiera le hayan tosido en la solapa para al menos dejarle el lamparón.
Decía que se equivoca mi colega en relacionar siempre PP y España. Sin una oposición seria (la actual no lo es), el país se resiente, pero resulta que los populares tienen esa fea manía de unir sus siglas al nombre de nuestro Estado en un inconsciente ademán de salvadores de ella. Si no hay PP o se encuentra enfermo, ¿quién salvará a la patria de las ordas separatistas, marxistas, aconfesionales y todo lo que ustedes deseen colocar susceptibles de denigración por parte de la derecha? Ahí tenían a Mariano Rajoy en su torpe campaña, citando una y otra vez a España como moneda de salvación en lugar de hacerlo como proyecto de progreso. Otro error entre tantos...
Pero en lo que más se equivoca mi amigo pepero es en que no se debe mirar atrás para analizar los problemas de su partido. Lo que está sucediendo en el seno de un partido que votaron nada menos que diez millones de españoles es exclusivamente la cosecha recolectada ante tanta política de mentira y estrategias basadas en premisas nada creíbles. Durante cuatro años, el PP no hizo el necesario acto de contrición para reconocer sus crasos errores que provocaron la caída del poder y la primacía de la figura de Rodríguez Zapatero. En lugar de admitir su responsabilidad en las nefastas consecuencias del intervencionismo internacional de la mano de Estados Unidos y Gran Bretaña ejemplificada en aquella ominosa foto de las Azores, los dirigentes populares prefirieron seguir demonizando a ZP y negar la evidencia, vender algo que la propia militancia comenzó a dejar de creerse y continuar con teorías de conspiración, etarras tras los trenes de Atocha, separatismo barbárico y otros cuentos tremendistas en los que, por cierto, bien participaba María San Gil, una mujer valiente, algo que le reconozco, pero de grandes lagunas estratégicas y maniqueas a la hora de trazar la política popular en el País Vasco. Y no me refiero especialmente a los cada vez peores resultados electorales en las tres provincias de Euskadi, sino a la negativa y obcecada política antiterrorista defendida por ella, por ejemplo.
San Gil se rebela y el PP se desintegra. Normal. Ocultaron los verdaderos problemas de este partido tras el fracaso electoral de 2004, cerraron en falso el resultado de aquellos comicios que nunca aceptaron y ahora iban camino de hacer lo propio con el congreso de junio. Al menos ha salido a la luz lo que se veía venir, la existencia de un partido con tendencias dispares, falsa y aparentemente unido, pero con demasiadas aristas en su seno, con liberales que no lo son, con alcaldes desaprovechados de díscola esencia derechista, de demócratas cristianos que miran con recelo los posibles giros hacia posiciones más centristas, de ultraderechistas agazapados e inconfesos, de familias apegadas a la Iglesia,... un pastiche difícil de digerir con un presidente que no aclara a dónde quiere llegar.
Yo lo veo claro. Desprendido de dos cachorros aznáricos y rancios como Zaplana y Acebes, rodeado de determinados políticos casi desconocidos del PP cuyos nombres saldrán en próximos días, veo a Mariano Rajoy caminar hacia unos postulados que modernizarán la maquinaria popular, con caras nuevas que aparquen la crispación y el colosalismo negativo vendido en estos años y que tan oprobiosos resultados le ha dado al partido. Pero eso no es fácil. Hay mucha lapa pegada al cuerpo de las siglas y mucho conservador de la vieja guardia. Para preservar esa nutrida facción está Esperanza Aguirre, por ejemplo. ¿O va a resultar que 'el tapado' de todo esto es María San Gil? ¿Se ha planteado Rajoy la posibilidad de que él no sea el lider adecuado para revolucionar el PP? ¿Por qué piensa que guardar silencio y decir "yo sé a dónde voy" es positivo? ¿Teme que al pronunciarse pierda opciones de ganar y quiere vencer para llevar a cabo una purga en la que incluso caerán los que en junio pueden alzarle?
No hay comentarios:
Publicar un comentario