Los cristianos más seguidores de las tradiciones plásticas y propagadores de la fe mediante las representaciones tangibles -es decir, cofrades y partidarios de los cortejos procesionales, entre los que me incluyo- estamos mirando para otro lado a la hora de reflexionar sobre la grave crisis que envuelve a uno de los dogmas católicos de mayor relevancia. Me refiero a la presencia de Cristo en la Eucaristía.
El fenómeno recesivo no sólo afecta a la Iglesia ecuménica en cuanto que cada vez son menos las personas que comulgan. Las cifras de fieles en misa descienden, y los guarismos son aún más negativos en el caso de los que deciden practicar el sacramento de la eucaristía, ya que, de los que aún observan el mandato de la Iglesia de acudir a misa, cada vez son menos los que se acercan al altar a tomar lo que -cuesta trabajo asimilar el concepto de transustanciación- se supone es el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Como indicaba anteriormente, la crisis de comuniones -las de verdad, no esas de mayo con ínfulas de acontecimientos sociales, de miles de euros de coste y manipulación infantil incluida- también ha alcanzado a los 'cristianos evangélico-plásticos'. Las procesiones de Corpus Christi en las ciudades cada vez son vistas por menos ciudadanos (me niego a emplear el término 'fieles' para todo aquel que ve un cortejo procesional en la calle), el propio clero acude a regañadientes en numerosas localidades y en otras se lanzan la pelota de la organización. Todo ello en grandes ciudades tanto de larga tradición sacramental como en poblaciones de menor tamaño.
Los periódicos reflejan la cruda realidad para los amantes del sacramentalismo y, por ende, la propia Iglesia, que mantiene como piedra angular la figura antiempírica de Jesús presente directamente, sin intermediarios, en la eucaristía. En el ámbito en el que resido, los rotativos se Cádiz, San Fernando, Sevilla,... se preguntan dónde está el público que, conforme han transcurrido los años, van perdiendo a pasos agigantados las procesiones del Corpus Christi.
En una significativa fotografía que he visto en un medio se puede observar las calles que rodean a la Alameda Moreno de Guerra de San Fernando prácticamente vacías, al igual que otras adyacentes con grupúsculos de personas, familias,... Aún recuerdo de pequeño aquellas aceras por donde era imposible transitar ante la masiva presencia de isleños de todas las edades, conveniente y absurdamente separados del cortejo procesional por una hilera de militares de Infantería que hacían pasillo a toda la procesión y, llegado el paso de custodia, se arrodillaban y adelantaban su arma en señal de subyugación a Su Divina Majestad,... Nunca me agradó ver nada relacionado con Jesús el nazareno al lado de instrumentos para matar.
Ya no hay militares, lo que dicho sea de paso, me parece una extraordinaria idea que no ha ordenado un jerarca castrense progresista ni un arcipreste rojo. Lo ha marcado el signo de los tiempos, la evolución, la separación de los poderes más próximos a la calle. Jesús no es más sacramental rodeado de fusiles ni asistiendo a un desfile al paso de la oca, ni una procesión es más solemne por lucir uniformes variopintos.
Lo que es obvio es que estas procesiones están siendo ignoradas por cada vez más personas, y algo tendrá que hacer la Iglesia y las entidades que en ciertas ciudades organizan esta procesión: las hermandades.
Habría que pensar si realmente el modelo de cortejo procesional del Corpus Christi es el acertado, inmersos ya en el siglo XXI y con la que está cayendo. Me pregunto hasta qué punto es necesario que cientos de cofrades hagamos un desfile de modelitos de El Corte Inglés precedidos por nuestras insignias y portando pértigas de poder, ordenados cual ejercicio de maniobras en el Cuartel de Instrucción, mostrando nuestros rostros como escogidos por el dedo de Dios, mientras el vulgo nos contempla desde la acera con sus innumerables prismas cortantes reflejados en sus ojos: los del desempleo, la desesperación por la precariedad laboral, las dudas de fin de mes, los indomables hijos ante una educación hostil avalada por los gobiernos, el precio de la gasolina o, simplemente, si lo que están viendo es 'real' o un pomposo teatro de oropeles plagado de cursis a los que les siguen sacerdotes -cuando acuden- bien alimentados y con cara de pocos amigos.
Deberíamos ir pensando si tiene sentido ocultar nuestro rostro como pecadores en abril para ostentar corbata o escote mes y medio después ante todo el mundo. Quizás la salvación de estas procesiones tan elitistas en las que se han convertido los Corpus Christi se solucionen como a Dios le gustaría, y cuya fórmula infalible no es algo nuevo bajo el sol porque los propios cofrades la practican con otras imágenes y, por cierto, con gran éxito, cuando de vía crucis o rosarios de la aurora se tratan, por poner dos ejemplos.
Me pregunto si Jesús Sacramentado no puede ir acompañado del pueblo, de las gentes sencillas delante de su paso de custodia, alabando con cánticos al Señor, compartiendo la misma fe con fervor y recogimiento, pero con alegría y el gozo de un cortejo de gloria, donde se rezume fervor popular y legítimo, real y sin vacuas ostentosidades, donde tengan cabida los amigos de chaqueta junto a los que prefieren la rebeca, el cofrade anónimo -tal y como lo dictamina el capuz que nos hace ser penitentes anónimos en el momento culmen del año- y el sacerdote de mi parroquia, el militar sin vestir, como va el butanero de mi barrio, que no porta peto rojo para salir en ningún Corpus...
Puede que sea el momento de hacer más sustanciosa, más rabiosamente verdadera, la procesión de las procesiones. Como ocurre entre las sencillas gentes de la fotografía que les aporto hoy.
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