Puede parecer una nimiedad, pero en un debate seguido finalmente por quince millones de personas, quince millones de potenciales votantes, todo debe quedar perfectamente controlado. Así que estéticamente la cosa prometía para el hasta ahora presidente del Gobierno.
Pero mal que me pese, lo sucedido a lo largo de los siguientes 90 minutos terminaron con un resultado diáfano. Rajoy ganó el partido a Zapatero.
Alguien debería haberle explicado al mandatario socialista que un debate televisado de este calibre no es un partido de fútbol, por mucho que transcurra en el mismo tiempo que un 'match' dominical. El campeón hasta el momento, el que tiene las riendas del poder, el que continuando con el símil futbolístico es el campeón de la última Liga y presume de ello, suele quedarse agazapado con teórico aspecto de inocente en los encuentros en los que se enfrenta al equipo que pretende arañar los tres puntos. Generalmente, el modesto, o el aspirante en general, juega mejor, ilusiona a su hinchada, tiene múltiples oportunidades y... en el minuto 68 de la segunda parte, sin apenas haber trenzado jugada alguna, llega el 'gigante' y mete el gol. Espera hasta que ve la oportunidad, como un felino suficiente. Y si quedan quince minutos de partido, conocedor del golpe de gracia que te ha endosado, te mete otro. Y cuidado con un despiste en el descuento, porque te vas a casa con un 3-0 en contra y cara de imbécil. De nada sirve para el casillero de puntos decir que has jugado bien, pero sí para que la afición se percate de que debe seguir animando a su equipo. Nadie va a cambiarse la chaqueta para colocarse la del club grande.
Un debate político de esta altura no es un partido de fútbol. Y Zapatero creyó que sí lo era. Esperó con una suficiencia convertida por instantes en altanera confianza a que el que debe lograr los puntos lo atacara continuamente. Pero el dirigente socialista debe darse cuenta de que la 'afición' de quince millones ayer frente al televisor es muy probable que cuente con más de la mitad de espectadores que no son de ninguno de los dos 'equipos', por lo que aquí cuenta quien gane para que al final te voten. Y si se gana aportando jugadas fáciles pero muy efectivas como datos sobre vivienda, economía y con una serenidad pasmosa como la demostrada por Rajoy (disculpándole sus continuas miradas al reloj), pues el hasta ahora campeón pasa de defenderse como gato panza arriba a quedar arrinconado, a decir repetidas veces frases insustanciales o acusaciones ("ustedes han creado alarmismo, ustedes...") pero sin sustancia, defensa propia de políticos que no manejan detalles y cifras necesarias para que el espectador quede convencido.
No me gustó el presidente del Gobierno. Y es la primera vez que me sucede. Y sorprendentemente vi acertado el planteamiento del debate por parte de Rajoy. Por dos veces supo quitarse de encima el fracaso de los populares entre Solbes y Pizarro cuando Zapatero, consciente de que aquel 'tour de force' lo había ganado su ministro y podía aprovecharlo anoche, lo mencionó en dos ocasiones. "Aquí debatimos usted y yo, no otros dos, déjese...", le dijo el candidato del PP con una envidiable seguridad ante el titubeo del jefe del Ejecutivo.
Queda el partido de vuelta. No tendrá el mismo efecto que el de ida, pero es una buena ocasión para que Rodríguez Zapatero se redima y remonte el resultado adverso. Pero, insisto, esto no es un partido de fútbol aunque lo parezca. Mucho cuidado porque, tal y como están las cosas, quince millones de votos catódicos no sólo sirven para aupar a uno sobre el otro lo suficiente como para vencer por los pelos, sino que puedes perder por abrumadora mayoría. Y la sociedad española es lo suficientemente adulta como para percatarse de lo que dos candidatos le muestran durante 180 minutos. Fíjense si fue madura que en 72 horas decidió el 'Nunca mais' en los prolegómenos del 14 de marzo de 2004 y millones de españoles cambiaron su voto, al unísono, hartos del borreguismo beligerante en el que nos había metido el PP. Eso se llama madurez, no pueril indecisión ni cabreo momentáneo.
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