A mí los pestiños me parecen una cosa gloriosa. Pertenecen a ese tipo de género de pastosidades orgásmicas que deleitan el paladar en determinadas fechas, en el que se incluyen las torrijas de Semana Santa (especialmente las de La Campana de Sevilla y alguna hecha en Chiclana), los roscos también propios de esta fecha o los algodones dulces de las ferias.
Lo que no me entra en la cabeza y dudo que lo haga a estas alturas es qué coño pinta esa masa llena de miel con bolitas -de la que nos hemos hemos hartado en estos pasados días- para abrir una fiesta como el Carnaval. A algún lumbrera, que le salió la jugada bien por el mal gusto que existe en Cádiz a veces, se le ocurrió inaugurar las citas gastronómicas carnavalescas gaditanas repartiendo pestiños en plan agonía, antes de que nadie diera 'de gratis' las viandas por las que la gente se empuja en las barras de Cruzcampo mientras los zapatos ya están llenos de porquería.
Esa oreja de viejo que es el pestiño tiene de carnavalesco lo que Zaplana tiene de bolchevique. No sé a qué viene ese dulce en una noche de sábado carnavalesca, porque vamos a ver,... Independientemente de que no pegue ni estética ni visualmente ni como elemento de la carnestolenda ni dispendio porque es barato de hacer, ¿con qué se echa para abajo en el gaznate? A ustedes les dan un pestiño enservilletado que al pegarle el bocado te tienes que comer el papel que sirve de protección de las manos porque no hay cojones de separarlo de la miel. ¿Y qué se pide de bebestible? No me vayan a decir que no se engullen nada porque no hay quien tenga huevos de meterse eso sin un líquido que lo empuje. Si le dan a la cerveza, ambas cosas saben repugnantes. Si prueban con el cubata, no digamos nada cuando se observa el vaso y en lo que resta del Barceló cola aparece una asquerosa capa de pringue similar a la orilla de la playa Victoria los domingos en agosto. Si beben fino, se les soltará el vientre, fijo. Y si le dan al agua, los pestiños esponjarán en el estómago, se les hará una masa informe y las consecuencias pueden ser trágicas para lo que queda de noche.
Dicen que la gente bebe anís. Es decir, que en Carnaval tengo que comer pestiños y anís, lo mismo que días antes en Navidad, pero en la calle con seis grados en lugar de mi casa. Pues como que no me convence, oiga...
Otra cosa similar son los erizos. No son tan impropios como los pestiños, pero eso sí, más vale comérselos sin mirar, algo así como cuando la borrachera nos hace terminar esa noche en la cama con alguien más feo que pegarle a un padre con un calcetín sudado pero la llamada de la naturaleza resulta ineludible. Lo malo es que el erizo, cuando se degusta, tampoco te deja una sensación postsexual como la del ejemplo que hemos utilizado, porque un erizo, aparte de un bicho muy feo, es como pegarle un lamentón (otra vez) a la orilla de la Victoria un domingo, sabe a arena, un poco de caca y ligero regusto a lejano marisco rancio.
En fin, que cuando repartan langostinos, gambas o jamón a discreción, pues como que me apuntaré a estas degustaciones, mientras ocupo ya el sitio para ver en la tele las sesiones del COAC y ya me iré a la calle en su momento adecuado.
Foto: dos prototipos semiangangos de Cádiz, dándole al pestiño pegado enservilletado.
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