Hasta hace apenas tres años, estas fechas de inicios de noviembre se convertían en todo un acontecimiento para los amantes de la música de cine. Sevilla acogía los denominados Encuentros de Música Escénica y Cinematográfica, que durante una veintena de años trató de mantener el catedrático Carlos Colón como principal auspiciador de un evento de rotundo éxito de público pero dañado de muerte en sus últimas ediciones por la mezcla letal del recorte presupuestario de las administraciones y el hastío del profesor que cada año explicaba en mi programa Último Estreno las razones para ofrecer conciertos de maestros de las bandas sonoras de los que disfrutamos en el Teatro de la Maestranza como Ennio Morricone (en la foto de hoy junto a mí), Jerry Goldsmith, Gabriel Yared, Elmer Bernstein, Howard Shore y otros sin la presencia de sus compositores aunque dedicados a ellos como John Williams o Patrick Doyle.
Los amantes de la música cinematográfica nos hemos quedado huérfanos de esa gran cita en Sevilla en la que se podía intercambiar impresiones con aficionados procedentes de numerosas localidades de España. El Congreso de Música de Cine de Úbeda parece haber recogido el testigo de esos seguidores, inasequibles al desaliento, que vagan por España buscando alguna administración sensible y algún loco que sea capaz de organizar espectáculos relacionados con el mundo de las bandas sonoras, tal maltratado pero paradójicamente presente en nuestras vidas diariamente cada vez que vemos una película, un anuncio o un programa de televisión.
Yo echo mucho de menos en estos días esos viajes a Sevilla de varios días con mis amigos Paco Belizón o José Dopico. Con Paco he pasado momentos inolvidables, de ilusión, de brillarnos los ojos emocionados con el concierto de Jerry Goldsmith en 1998 dedicado a Bernard Herrmann y escuchar en directo Psicosis, Marnie la ladrona o Simbad gracias a la virtuosa Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Hemos partido el libreto en la misma puerta en el descanso del concierto de Michael Nyman indignados con su limitada música mientras nos contemplaban como a dos locos, hemos tapeado en Casablanca (que hoy tampoco existe ya, desgraciadamente) y tomado copas hasta el amanecer mientras discutíamos a gritos sobre Morricone a las cinco de la mañana con dos jóvenes recién conocidos a escasos metros del Ayuntamiento sevillano sobre la capacidad compositiva del maestro italiano... Hemos buscado pensiones a última hora con el WC sin funcionar (eso para vosotros, yo no que desde meses antes me reservaba mi hotel Montecarlo o el Derby) y hemos saboreado los manjares de las chacinas de la taberna justo en la esquina del teatro de la Maestranza, el coliseo donde conocí a Roque Baños o a Howard Shore cuando en 1997 aún sólo lo seguían unos pocos y casi nadie se acercaba a él, antes de componer El Señor de los Anillos, partitura con la que regresó a Sevilla precisamente en los últimos alientos de estos encuentros.
En estos días, Teatro de la Maestranza, te añoro mucho. Cuando la orquesta afinaba cuerdas ante nuestra atenta mirada instantes antes de que el director apareciera en el escenario, mis vellos ya estaban erizados para oir las notas de Georges Delerue, John Barry, Claude Bolling,...y composiciones inolvidables en directo como La lista de Schindler, El planeta de los simios, El primer caballero (qué obra maestra de partitura), Vértigo, Frankenstein, Bram Stoker Drácula y un sinfín de scores que se quedarán grabadas para siempre en el corazón de buenos aficionados e incomprendidos en muchas ocasiones como Paco o yo.
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