Veo Elizabeth, la edad de oro, y mi primera impresión no es escudriñar el pulcro trabajo visual realizado por el equipo del director Shekhar Kapur, ni las interpretaciones de un elenco actoral de gran valía. Ni siquiera, y a pesar de los logros del filme -ejercicio visual con la justa medida entre el estilo cinematográfico tradicional y la impersonal digitalización, dinamismo en la narración, música de Craig Armstrong,...- me planteo preguntas obvias durante su visionado, entre ellas cómo es posible que para acercarse a un mayor número de espectadores que los obtenidos en la primera parte se sacrifiquen hechos reales para narrar de manera absurda, más acordes con el Titanic de Cameron, las relaciones entre una reina altanera como era Elizabeth con un pirata que llega a la corte como un chulo de putas y terminan montando a caballo juntos o paseando por la Corte como si él fuera un noble consejero real. ¿Por qué esa barata concesión a la relación entre ambos y la cortesana, para enganchar al espectador menos interesado en el ámbito histórico y más en las novelas de Corín Tellado?
Como les decía, no me centro en estos aspectos porque lo primero es la reflexión histórica sobre algo que nos toca de primera mano. Los que me conocen saben que no lanzo exabruptos ultras defendiendo nuestro país ni tampoco soy nacionalista centrífugo. Pero me molesta enormemente ver el maniqueísmo de los ingleses al rodar este filme y más aún me inquieta que los propios españoles caigamos en el error de creer en la gran cantidad de tópicos contra el monarca Felipe II que aglutina la película.
Así que me van a permitir que no entre profundamente en la factura cinematográfica de Elizabeth -sustancialmente inferior que la primera rodada por el mismo director-, sino que les invite a investigar, aunque sea someramente, sobre la realidad de una época histórica apasionante que los ingleses siempre se han encargado de manipular, con el velado apoyo de otros colegas en su momento como los holandeses.
Felipe II era un hombre recto, de apariencia efectivamente lúgubre y distante con su ropa negra, color que decidió no abandonar jamás no por ser un Darth Vader de la época, sino por una firme promesa de guardar luto hacia su esposa, Ana de Austria, una vez fallecida en 1580. Su gota le relegó en los últimos años casi a estar postrado en el lecho, pero no a andar como Chiquito de la Calzada durante los años anteriores. Era católico ferviente, sí, y se cegó con la cruz como tantos otros monarcas lo hicieron en otros tantos países llevados por los condicionantes religiosos del momento. Auspició la labor de la Inquisición, pero las mayores muertes por motivos religiosos derivadas de las persecuciones para defender la ortodoxia católica no se dieron en España. Y a ello cabe añadir que, a pesar de su subyugación al poder religioso, creó un impuesto sobre las parroquias que hizo recaudar hasta el 20% del dinero total que poseía el reinado, lo que provocó la ira de los altos dirigentes eclesiásticos.
Es cierto, fue orgulloso y prepotente en numerosas ocasiones en un imperio "en el que no se ponía el sol", pero amaba la literatura, el arte y especialmente la arquitectura. Gracias a él se construyó El Escorial y Madrid es capital de España y, a diferencia de su padre, Carlos I, se sintió plenamente español. Su ataque a Inglaterra fue una temeridad, aunque de haber logrado su objetivo, ¿qué mapa hubiera tenido hoy día el mundo? ¿Lo hizo motivado realmente por la religión o estaba cansado de las provocaciones de Elizabeth, la reina inglesa, que protegía a los piratas que robaban a los navíos españoles y no precisamente para que el oro y las riquezas fueran devueltas a los indígenas americanos, sino para entregarles a la monarca el resultado de sus saqueos? Si Felipe II no toma partido en Lepanto, probablemente Europa hubiera estado bajo dominio turco durante siglos...
Elizabeth era una reina a imagen y semejanza de Felipe II. La imagen maniquea sobre el rey español que refleja el filme es injusta. Tanto se asemejaban en virtudes y sombras que en realidad 'el Prudente' lo que quiso era casarse con ella, pero la soberbia de la reina, que no conoció varón hasta la muerte, hizo que le diera calabazas. Otro motivo más para el enfrentamiento...
Señala un último texto de la cinta de Kapur antes de los créditos que "Inglaterra vivió una época de prosperidad" tras la victoria sobre los navíos invencibles españoles, pero no cuenta nada de que precisamente los amiguetes holandeses de Elizabeth resquebrajaron ese efímero florecimiento con las revueltas de finales del siglo XVI, ni habla de las graves tramas políticas de la Corte y su corrupción. Por cierto, el puerto de Cádiz fue arrasado por los ingleses en 1596...
Durante la época de Elizabeth escribió William Shakespeare sus obras, protegido por los tentáculos culturales de la monarca; en España, mientras Felipe II gobernaba un imperio 20 veces más grande que el Romano, se hicieron los primeros censos de habitantes, se centralizó la administración en Madrid, se unificó pacíficamente la Península, se fomentó la pintura gracias al interés personal del rey en las obras italianas y holandesas y ordenó emplear en el país la tecnología aprendida de los alemanes para desarrollar la agricultura.
La historia la escriben los vencedores. En aquella ocasión, la "furia de los elementos" se decantó por lo ingleses, que aún siguen manteniendo vestigios de su imperio en pleno siglo XXI. Paradójico resulta que Elizabeth la haya dirigido, precisamente, un director indio, cuyo país ha sufrido la bota opresora del imperialismo británico hasta hace muy poco.
Para otra ocasión les prometo escribir sólo de cine. Pero estoy hasta los cojones de la prepotencia inglesa.
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