Creo además que no es de justicia hacerlo porque si realmente existe algo interesante en El Orfanato es la constante presencia de la mano de Guillermo del Toro, que se ha tomado la producción del filme con la suficiente convicción como para poder haberla firmado como director, aun rodando Bayona secuencias con un estilismo direccional de pocas connotaciones comunes con el realizador mexicano. A fin de cuentas, ¿qué importa eso cuando la presencia de los famosos "monstruos" que siempre acompañan a Del Toro están también presentes en El Orfanato, sazonados con los brillantes ingredientes de su cine?
Se cometió una injusticia cuando aun muchos no lo consideraban un cineasta de altura y, tras presentar El espinazo del diablo, se le acusó de copiar a Amenábar. Como si éste fuera capaz de hacer Cronos o El laberinto del fauno. Ahora se vuelve al fantasma, pero al de la comparativa. Me niego tajantemente, porque en El Orfanato no hay cine deudor nada más que del propio Guillermo del Toro. ¿Quién es Tomás con su rostro oculto tras la capucha, sino aquél púber espectro de El espinazo del diablo? Esos pequeños atrapados en el tiempo, en un espacio que obsesiona al mexicano desde siempre como ya lo dejó claro en Cronos... Si alguien tiene dudas, atiendan a un diálogo en una secuencia de la película de Bayona, convertido en un guiño al filme de Del Toro de 2001, y que forma parte de aquella extraordinaria reflexión de Federico Luppi en voz alta al inicio de aquella joya de cinta: "¿Qué es un fantasma? Un evento terrible, condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor, quizá algo muerto, por momentos vivo aún. Un sentimiento suspendido en el tiempo, una fotografía borrosa, un insecto atrapado en ámbar. Un fantasma. Eso soy yo".
Aclarados los puntos comunes de Del Toro consigo mismo y no con terceros, El Orfanato se convierte en un cúmulo de elementos costumbristas del cine psicológico y de terror hábilmente engarzados para cautivar al espectador en el que destaca su notable envoltorio, hecho con los mimbres de una brillante interpretación o la notable banda sonora de Fernando Velázquez que, tras una veintena de scores intrascendentes, seguramente ocupará un lugar preferencial entre los autores españoles a partir de las notas escritas para este filme. La sucesión de hechos bien trenzados y la atmósfera creada en la última media hora de la cinta, pulcramente encaminada a resolver y aclarar al espectador lo que está sucediendo, es suficiente para estimar la obra de Bayona, pero no para encumbrar una producción demasiado recurrente a los golpes de efecto vulgares tan (mal) utilizados en el cine de terror (toda la secuencia del atropello es lo peor de la película) o la prolongada carrera de la madre por la playa al creer ver a su hijo en la lejanía entre las rocas, por citar sólo dos de los numerosos ejemplos que afloran al pensar en que quizás hay un convencionalismo demasiado barato hacia el espectador poco exigente con vistas a recaudar en taquilla, antes que reflejarse en el espero de un buen cine algo más psicológico pero que el público rechaza en favor de lo fácil. Corren tiempos de poco pensar. E incluso en el cine de terror se piensa. Más de lo que muchos creen.
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